viernes, 26 de junio de 2009

Una de poesías camperas.


A caballo soy distinto, a esa altura lo doy todo,

Es sentirse de algún modo en ese mágico sitio,

Donde el mundo queda fuera, y sólo dentro se queda

El corazón y el instinto.

Por delante la mirada atravesando lo humano,

El alma siempre empañada, el horizonte lejano,

Y todo el campo en mis manos,

Zancada sobre zancada.

Bravo jinete que al campo, tu cara brisada enseñas,

Y a tu jaca marismeña, el más vivo de los trancos,

Lleva al agua los estribos, el fango en los corvejones,

Por delante salpicones con sabor a sal marina,

Salobres perlas tan finas como una lluvia de soles,

La tarde por la otra orilla, se tumba sobre eneales

Que de entre las aguas salen como pinceles al viento,

Pintando de rosa el tiempo, antes que la luz se apague,

Y asome por los corrales gateando entre las dunas,

La perla de los pinares, luna entre todas las lunas,

La misma que vio a mi yegua parir entre carrizales

A los pies de la laguna.

Aquí, la casta se sale, como mis yeguas, ninguna.

Con sus pelos cariblancos, los dos alazán tostao

Calientas el sol sus costillas, las dos a la luz que brilla

Como el filo del arao.










De lejos se ven venir los caballistas camperos,

Que duende tiene el perfil caballo, palo y sombrero,

Al fondo el Guadalquivir y el sol el la loma, lejos,

Vienen echando fandangos con salpicones de arte,

Que buena tierra elegiste, fandango, para escaparte,

Para soltar tu quejio, tan bravo que hasta la sangre

Se remonta enfurecida, y en esa explosión de vida,

Rompe las venas del cante.

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