lunes, 3 de agosto de 2009

CON LA ROPA, A LA PRIMERA BATALLA

La ropa colgada aguarda revestir el cuerpo nervioso e ilusionado. El costal, planchado, espera orgulloso el azul celeste del cielo de un nuevo Domingo de Ramos.

La vida vuelve al centro del que todo nace, el vientre de la fe, el eje sobre el que pivota el ser, tu ser, el de los tuyos. Alfa y omega de los sentimientos, los que fueron creciendo desde la infancia y los que tomaron conciencia con la edad adulta, los arrebatados de amor y los llenos de dudas. No hay nada antes ni después, no hubo nada antes ni lo habrá después.

Mirarte lo colma todo, la vista te une a Él definitivamente, te aferra a su ser como los zancos del paso lo unen por siempre a su barrio, a sus calles, a su gente, a tu gente. Te imagino y con soñarte se llena todo, Señor mío y de los míos. De los que estuvieron ante Ti y los que estarán cuando yo no esté. Buscar tus ojos y no encontrarlos es la misma historia de una vida, un caminar continuo que no termina.

Hoy, desde las trabajaderas descubro una vez más tu misericordia, la que me emocionará por la mañana al despedir a los que de la mano me llevaban por primera vez ante tus plantas y a la que de la mía te vio un día con otros ojos, la misma misericordia que me quiebra la garganta y los ojos al imaginar como con los primeros tramos se irá mi sangre hecha ilusión con unos niños. Después, otra vez, me volveré a quedar a solas contigo con mis dudas y mis errores, esos que tú conoces mejor que yo mismo.

La calle anegada de gente esperando que la primera luz que acaricie tu rostro rompa definitivamente la primavera y Tu, hijo del hombre y la ciudad, marques la hora en punto en el reloj de la vida. Pasará así, otro Domingo de Ramos.

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